Doble vuelta o volver a empezar

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Vaya por delante que toda elección que provengan de procesos electorales limpios y cuyas reglas de juego sean conocidas por todos, es decir, lo que en derecho se conoce como igualdad de armas, está impregnada de legitimidad democrática en términos genéricos y jurídicos, con los matices que siempre caben cuando se habla de esto.

Ahora bien, la política, como único instrumento de cambio y mejora de la vida de la gente, necesita adaptaciones a los nuevos tiempos (que en cada país varían en función de sus propias diferencias), y o se reinventa o le asaltan angustias que contaminan y alejan a la ciudadanía de su ser.

Estamos inmersos en un cambio de ciclo cuya casuística nos empuja a improvisar una nueva política de pactos multilateral para investir, para arrancar gobiernos. Sin embargo, dicha política se ajustaría más, y de forma más sana, a la necesidad de legislar.

No son nuevos los debates sobre la fórmula mayoritaria o proporcional ni sobre el sistema de partidos. Pero, en España, gracias al impacto y a la esperanza de representatividad de algunas de las nuevas formaciones políticas, hemos pasado del bipartidismo al pluripartidismo, sin contar con que, a escala local, nos encontramos con partidos vecinales, gremiales e incluso familiares que disfrutan de un gran apoyo ciudadano.

Tras las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 y de su mal llamada repetición (que en realidad fueron unas nuevas elecciones, las del 26 de junio de 2016), puede que algunos creyeran que ya todo había pasado. Pero después vinieron las del 28 de abril del presente año y en esas estamos.

Nuestro sistema electoral está diseñado para el bipartidismo, que algunos añoran y otros incluso se esfuerzan para que vuelva; pero, como hemos visto en las tres últimas citas para elegir presidente de gobierno a través de diputados en cortes, deja dudas sobre su mantenimiento íntegro en un nuevo tiempo de partidos que van, vienen e incluso desaparecen.

Sin ser Italia —aunque todo se andará—, que a lo largo de su historia política ha tenido serias dificultades en la búsqueda, a veces desesperada, de la ansiada estabilidad política, y que a través de diferentes reformas se ha ido acercando más al modelo francés de doble vuelta, no estaría de más mirar por la ventana y observar a quienes ya han pasado por esto antes; aunque para ser sinceros, con lo ya vivido y padecido, podríamos darnos por enterados.

El sistema de doble vuelta tiene la ventaja de que, por un lado, garantiza la gobernabilidad y, por otro, nos acerca a los deseos de los electores, que pueden recuperar su voto si no hay candidata o candidato que obtenga mayoría suficiente. Esto ofrece la posibilidad de optar por otra candidatura diferente o de inclinarse por lo que cada votante entienda como mejor o menos malo según su criterio y la realidad política de ese momento y lugar.

Ya en las primarias del PSOE defendí la doble vuelta; y lo hice, en parte, por la experiencia vivida tras la victoria de Pedro Sánchez el 21 de mayo de 2017, amén de rebajar la exigencia de avales para postularse, porque entendí que era lo más enriquecedor para la organización, como entiendo que lo puede ser para cualquier institución. El nuevo reglamento recogió ambos extremos y es aplicable a todos los niveles en los procesos congresuales. ¿Es el sistema perfecto? Ni idea. Creo que de momento es el mejor, el más justo y el más democrático, entendido esto último desde la acepción de lo que mejor refleja la voluntad expresada en una urna.

Volviendo a lo que nos trae, entiendo que la opción de doble vuelta es difícil de encajar, requeriría importantes y profundas reformas legales, incluida la ley de leyes. El objetivo es lograr compatibilizar el multipartidismo con la gobernabilidad, o al menos conseguir que quienes se sitúen al frente de la presidencia del gobierno, de la presidencia de una comunidad autónoma o de cualquier ayuntamiento, o, en su caso, quienes compongan los gobiernos, se correspondan de la mejor manera posible con los deseos expresados por los ciudadanos con su voto.

El mecanismo sería una variante de lo conocido como balotaje (ballottage), o doble vuelta. No es necesario que a esa segunda vuelta pasen solo los dos partidos mayoritarios. Podrían pasar más con solo fijarse un porcentaje mínimo de apoyo ciudadano. Posteriormente, en la segunda vuelta, para elegir a quien fuera a liderar el gobierno (nacional, regional o local), cabrían dos posibilidades: que fuera necesario alcanzar la mayoría absoluta o marcar una mayoría relativa conocida como «mayoría romántica». Yo me inclino, en esta materia, por el lado menos romántico.

También hay quienes creen que puede ser peor el remedio que la enfermedad; pero vista la enfermedad, los cambalaches, los cambios de cromos, etc., y todo ello bajo el paraguas de los votos emitidos por unos pacientes electores cada vez menos seguros de adónde irán sus besos, digo, votos, puede que sea el mejor camino, o el menos malo.

Dentro de las variantes que pueden barajarse, entenderse o malentenderse en esa doble vuelta, cabría la posibilidad de considerar también una separación electoral de poderes; es decir, elegir de forma directa la cabeza ejecutivo y, en otra urna, el legislativo, a la manera semipresidencialista francesa o portuguesa, lo que a su vez debería redundar en un mayor control de las partes del que se produce en nuestro sistema parlamentarista actual.

Hay corrientes que no comparten este sistema de doble vuelta, razones siempre encontraremos; incluso se alega la falta de madurez o juventud aún temprana de nuestra democracia. Por ahí no paso. La gente sabe lo que vota, sabemos lo que queremos, lo hemos visto y contado (votos). Del mismo modo que una misma persona votaba para Europa una cosa y para su ciudad otra, la gente tiene madurez suficiente para afrontar elecciones directas, quiza la que muchas veces le falta a nuestro parlamentarismo, que por culpa de la obediencia al partido se aleja de la práctica británica y que por culpa del todopoderoso ejecutivo se subyuga la separación de poderes. ¿Por qué todo un país no puede tener como jefe de gobierno a alguien que se considera el idóneo solo porque a los diputados de una provincia no se les ha votado lo suficiente?

Se trata de que el voto se acerque lo más posible al deseo más profundo del votante, hasta que pueda incluso acariciarlo.

Publicado en Diario Sur el 1 de julio de 2019


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